top of page
  • Writer's pictureIsa Maturana

103 años, unos 103 lunares y más de 103 poemas

Updated: Jan 25

Ayer se cumplieron 5 años de la muerte de Nicanor Parra. Recordé este blog y una de las mejores serendipias de mi vida: conocer al antipoeta.


Todo partió cuando mi profesora de «Reportaje Escrito» dijo que teníamos que elegir un personaje importante para nuestro examen. Yo me quedé en blanco. La mayoría habían elegido a políticos o a deportistas, a mi no me llamaba la atención ninguna de las dos categorías. La profesora me preguntó qué me gustaba. Y yo respondí que la cultura. "Ok, entrevista a Nicanor Parra"

Me reí. Pero me miró seria y me lo repitió. Nicanor Parra.

Pensé «imposible, vive en la playa, tiene 103 años, y no recibe personas. Menos a periodistas. Menos a estudiantes de periodismo.» Asumí que la profesora me tenía mala y quería que me echara el ramo. Después de unos segundos entendí que era un desafío para mi periodista en formación. Y a pesar de lo difícil y casi imposible que era, decidí arriesgarme. Y lo que viene a continuación es un texto que escribí para mi examen.



"Nicanor parra desde finales de los 80 ha decidido vivir a un poco más de 100 km de Santiago, alejado del ruido y la rutina. Vive en una casa a la que hace llamar “Torre de Marfil”, dentro de ella hay un mundo único y difícil de comprender: La Antipoesía.


Empujones en el metro para unos minutos después estar sentada arriba del bus que se dirigía a El Tabo. Eran las 9:45 am del 15 de noviembre y la misión era compleja: Encontrar al Antipoeta chileno Nicanor Parra.

Pensando preguntas y respuestas posibles, la hora y media que se demoró el bus en llegar a destino se hizo corta. Las nubes con las que había amanecido Santiago desaparecieron por completo, El Tabo me recibía con un sol radiante y un viento costero helado, pero agradable.

El recorrido terminaba en un paradero en la mitad de la carretera que se encontraba afuera de la municipalidad del Tabo, era la primera vez que iba a Las Cruces, un pequeño pueblito que no cuenta con bancos, ni cines, ni grandes tiendas. Se veía poca gente en las calles y la mayoría de los negocios estaban cerrados, aunque eran las 11 de la mañana de un día laboral.

Caminé a la calle más cercana de la Municipalidad, era la Avenida Las Salinas, una calle larga y poco transitada, aunque era la avenida principal del pueblo “Las Cruces”.


La búsqueda del Antipoeta centenario


Mi celular estaba malo, así que no tenía la opción de buscar en internet alguna referencia de dónde quedaba ubicada la casa del escritor. Decidí preguntarle a la primera persona que me topé en la calle, era un señor de unos 60 años que trotaba por la avenida. “Llega a la calle Lincoln, queda unas 5 calles más abajo, ahí camina hasta el fondo y después camina unas 3 casas a la derecha. Si se pierde, vuelva a preguntar, aquí todos sabemos donde vive Don Nicanor”.

Desde la municipalidad del Tabo caminé 20 minutos y ya estaba afuera de la famosa “Torre de Marfil”, con la ayuda de los peatones no me fue difícil ubicarla.

Era una estructura poco ostentosa, de las más lindas que tenía el pueblo y una de las pocas casas del lugar que se veía con vida. Quedaba en una quebrada, imaginé que tendría una gran vista a la playa. Una reja bajita de maderas pintadas blancas daba paso a una escalera de piedras que llegaba al ante jardín, donde incluso había un colchón ubicado perfectamente para ver las ramas de los árboles desde el suelo. No había timbre, ni campana, se hacía como en el campo: “Aloooooo”. Nadie salió a mí encuentro.


La casa era de piedras y tenía el tejado negro. Desde afuera se escuchaba la música, pero no estaba lo suficientemente fuerte como para identificar de quién era la canción que sonaba. Pensé que quizás escuchaba a la Violeta, famosa cantautora chilena y su segunda hermana mujer, 3 años menor que él, quién 50 años atrás había decidido terminar con su vida.

Insistí, “alooooooo”. Pero nada. Saqué la botella de vino que le llevaba de regalo. Iba a hacer un último intento y sino, me conformaría con haber estado a pocos metros de él.

Me había dado por vencida cuando llegó un maestro, abrió la reja y me miró, “¿y esa botella? Si es para don Nicanor déjeme decirle que tengo que hacer que entre, él no vive sin un tintolio”.

Lo miré ilusionada. Me advirtió de un único inconveniente, “lo más difícil es la Mireya, ella es la enfermera que lo cuida y es muy mañosa. Pero es mi amiga, yo le digo que viene de mi parte, seguro la deja entrar”.


Entonces caminé con él hacia la puerta de entrada, me sentía como una niña de 6 años yendo a ver al viejo pascuero.

La puerta era de madera y debía medir un poco más de dos metros de alto, me sentí chiquitita y un poco ridícula.


El señor golpeó tres veces y gritó “alooooooo”. Pocos segundos después aparecieron los ojos de la enfermera por la rejilla de arriba. “¡Lalitooo, que gusto!”, se abrió la puerta por completo. Era una mujer colombiana. No tenía una sonrisa pero parecía amable. Abrazó al señor que estaba conmigo, parecían ser cercanos. Él le dijo con voz tierna, “Mireya, deja que pase esta chiquilla unos minutos, viene a saludar a don Nica y hasta le trae un tinto de esos que le gustan a él”. Agregué un “por favor”. Ella nos miró con cara de desaprobación. Él insistió una vez más, “yapo, la cabra viene desde Santiago a saludarlo, deja que pase un rato, no seai bruja”. Entonces le dejo la decisión a don Nicanor, “le voy a decir que tiene visitas, veamos si esta de humor para recibirte”.


Se cerró la puerta.


Salió nuevamente, “ya, dice que pase”.


Eran las 12:00 del día, y el primer paso que di hizo crujir el piso de madera. En la entrada había una Venus de Milo, supuse que era echa de yeso, cuando pasé a su lado descubrí que era más alta que yo. En la pared colgaban un par de fotografías familiares, y estaba anotado con lápiz mina un número de teléfono, no salía de quien era. La casa tenía una mezcla de olores: entre flores, limpieza y soledad. Sonaba una canción de Gardel.


Doblé en la segunda puerta a la izquierda, y lo vi.

Estaba sentado en una silla de ruedas, tenía puesta una camisa azul, un chaleco beige, y unos blue jeans, en la cabeza un gorrito de lana gris dejaba que se asomara por un costado su pelo canoso. Tenía una expresión seria pero serena, sus ojos parecían navegar por el Pacífico.


La habitación era de un tamaño normal, ni muy grande ni muy chica. Los muebles que la decoraban eran reliquias, en una esquina un ropero antiguo con un espejo en la mitad reflejaba el panorama actual: Nicanor Parra y yo solos en un mismo espacio. Había un cuadro grande que tenía escrito, en una hoja de computador doblada por la mitad, con plumón negro: “El Parra Matta”, obra que según lo que me contó después había hecho en conjunto con el famoso pintor chileno, Roberto Matta. Distinguí un retrato muy antiguo, minutos después supe quienes eran los personajes que salían.

Desde esta pieza se podía ver la playa de Cartagena en su totalidad.


En un principió me miró desconcertado, estaba perdido. Entonces me presenté, le di un beso en la frente y le mostré un vino que le llevaba de regalo, primero se lo pasé a él y lo leyó en voz alta “Santa Ema”, luego lo dejó sobre una mesa.

Le pegó unas palmaditas a la silla que tenía a su lado para que me sentara, “así se hacía antes”, me dijo coqueto.


En sus ojos vi una mezcla de verde con azul y gris. Para tener 103 años leía bien y su problema no era la vista sino que la audición. Le vi tanto lunar, que calculé que le había salido uno por año. En un siglo de vida variedad de mujeres pretendieron ser su amor verdadero, y tanto beso le terminó por consumir los labios, hoy ninguna amor más que el imaginario es el que tiene. Aunque le faltan algunos dientes, los que aún le quedan guardan la esencia del vino tinto que compartió la noche anterior con su enfermera, y la verdad, a simple vista podría ser un viejito cualquiera.


Clavó sus ojos misteriosos en los míos, “¿Qué cree del amor?”. Mi respuesta resultó vaga, nadie nunca me lo había preguntado, y no esperaba que la primera persona en hacerlo fuera Nicanor Parra. Entonces insistió, “¿Se quiere casar algún día?” simplemente afirmé. Me tocaba preguntar “¿Y usted don Nicanor, que cree del amor? supe que se escapó con varias pololas”. Me miró con la boca entre abierta “chiquilla, yo me escapaba de las pololas que es diferente” su risa dio paso a la mía, y así me empecé a sentir cómoda en nuestra conversación.


Nos quedamos callados por unos segundos. Entonces me dio una respuesta que parecía ser más sincera que la anterior, “con los años he aprendido que el único amor que perdura es el imaginario, no lo cambio por nada”, expresó.

Al rato me preguntó: “¿Qué estudia? Le veo cara de arquitecto”, le sonreí. “Estudio periodismo”. Su expresión cambió por completo, hizo un guiño de desaprobación moviendo ambos pulgares como flechas apuntando el suelo y me sacó la lengua. De inmediato asoció la carrera con las grabadoras, aquellas que tanto le disgustan. Entonces me dijo que tuviéramos una conversación sin “máquinas” como lo hacen dos personas “por el gusto de conocerse”.


Fueron más de dos horas las que estuvimos sentados conversando. Me recitó parte de el hombre imaginario, me cantó una canción de Gardel, hablamos de su vida en este sector costero e incluso conversamos de su relación con el poeta Pablo Neruda. Sus ojos parecían querer entrar en los míos, sus historias eran contadas con una expresión graciosa, caricaturesca. Gesticulaba mucho al hablar y le gustaba hacer a él las preguntas. Cuando le surgía una duda ante algo, me lo preguntaba, entonces si yo no sabía le salían sus años de profesor a la luz.

  • ”¿De dónde vendrá la palabra “chucheta”? Tarea para la casa”.

A pesar de su edad su esencia no cambiaba. Me miraba profundamente a los ojos y me recitaba algún poema.

Cuando le pregunté si seguía escribiendo me respondió con voz trágica «solo cartas de amooooooorrrr, pero me las rechazan» nos reímos.


Nicanor Parra, vive hace 3 años con una nana y una enfermera. Su familia va a verlo generalmente los fines de semana, y durante la semana va uno que otro amigo a saber cómo está. Dicen que ya no da entrevistas a ningún medio y que no le gusta recibir a desconocidos, aunque todo depende de su humor.

Probablemente por la tarde compartirá un tinto con las mujeres que lo acompañan, mientras escucha a Gardel, a la Violeta, o tal vez, al Tololo."



En fin, imagínate haber visto la playa de cartagena de la mano de Nicanor Parra.









107 views

Recent Posts

See All
bottom of page